Estar indignado es uno de los sentimientos más desesperantes que conozco. Por desgracia, un sentimiento que recorre la geografía española como si de una epidemia contagiosa se tratase. El 25-S es una muestra más del naufragio político de España. El país se resquebraja en millones de pedacitos, uno por cada manifestante de las calles de Madrid en la jornada de ayer. La protesta parece que es la única vía de escape para combatir a unos gestores incompetentes. La fractura social existente en nuestro país alcanza cuotas estratosféricas. Vivimos un sueño terrorífico que no tiene despertar.
Contamos con una juventud perdida, harta de escuchar promesas incumplidas. Lo más triste de todo esto es no poder seguir una vida normal, porque estoy seguro que la inmensa mayoría de los manifestantes del 25-S sólo piden eso. En fin, derechos esenciales que aparecen recogidos en el texto constitucional que legisla este país. Derechos que sólo forman parte de un ideario.
El parte de guerra presenta los siguientes números: 64 heridos y 35 detenidos. Entre los heridos, uno de gravedad que presuntamente padecía una lesión medular previa causada por un accidente de tráfico. Al menos, esa es la versión de las fuentes oficiales. Aquí sabemos que cada uno barre para casa y que los datos varían según su procedencia. Desgraciadamente existen muchos intereses de por medio.
Deberíamos preguntarnos qué es lo que realmente está pasando, qué nos está conduciendo a esta situación límite, qué posibles soluciones se barajan, qué plan de acción llevar a cabo para paliar este desastre… Son tantas las preguntas y tan pocas las respuestas.
Elpuntosobrelajota
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